Noé Ortiz
Hace mucho tiempo, en un partido de futbol de los llamados “llaneros”, un jugador le asestó una patada al contrario, se armó la pelotera, alegata y manoteo tradicional. El árbitro se zafa como puede de la discusión y marca: “es penalti y gol”… se imaginarán la nueva trifulca, y cuando el entrenador del equipo afectado le cuestiona que cómo es que marca penalti y gol, el silbante respondió: “pues es que el que va a tirar es bien perro y el portero de ustedes es muy pendejo”.
Así de absurda es la determinación del IFE de quitarle a los partidos políticos el derecho a elegir a sus candidatos por no cumplir la “cuota de género” y ser el mismo instituto, a través de un sorteo, el que los designe.
La equidad de género debe ser sancionada por la ciudadanía al deslegitimar al partido que no la cumpla, no impuesta por una autoridad a la que sólo le preocupa cumplir el membrete. En el fondo, de nada sirve que un partido político con mentalidad machista tenga la mitad de sus candidaturas designadas a mujeres, pues al llegar al puesto de elección, la voz de las servidoras seguirá siendo menospreciada, porque la ideología del partido es machista.
La equidad de género no se busca debajo de las cintura; es precisamente lo contrario: considerar a la persona lo que tiene en la cabeza.
La autoridad electoral se fundó como árbitro, vigilante, supervisor y garante del equilibrio entre contendientes, para menguar el poder omnipresente que ejerció el Estado durante más de 70 años de dictadura priísta.
Al paso del tiempo, el IFE ha acaparado ese poder destructivo para la democracia, convirtiéndose en monopolizador de la dinámica electoral, sin entender que ese monopolio, esté en manos del gobierno o de una institución, es igual de dañina, provocando lo que vivimos ahora: una democracia simulada en la que los partidos simulan que compiten, el IFE simula que no hay ilegalidad y los seguidores simulan que hay participación ciudadana, como la abstención del más del 50 por ciento de ciudadanos, lo demuestra.